Entrevista

Carlos López Otín, bioquímico: "Mientras haya vida habrá cáncer, pero, en global, hoy es más probable curarse que no hacerlo"

Carlos López Otín pronuncia su discurso tras recibir el premio 20minutos en los Premios Creadores.
Carlos López Otín pronuncia su discurso tras recibir el premio 20minutos en los Premios Creadores.
Jorge París
Carlos López Otín pronuncia su discurso tras recibir el premio 20minutos en los Premios Creadores.
Carlos López Otín pronuncia su discurso tras recibir el premio 20minutos en los Premios Creadores.
JORGE PARÍS

Decía Jean-Jaques Rousseau, el filósofo suizo del siglo XVIII, que hay un libro abierto siempre para todos los ojos: la naturaleza. En él se ha sumergido con dedicación y entrega el bioquímico Carlos López Otín (Sabiñánigo, 1958) desde que, siendo un niño, aprendió a maravillarse con la fecundidad y la frondosidad de su pueblo natal, enclavado en el Pirineo aragonés. Con los años, se ha convertido en un hábil lector de esta obra global hasta erigirse en una auténtica eminencia de la genómica y de los estudios sobre el cáncer y el envejecimiento en una prolífica carrera por la que ha recibido este miércoles el Premio 20minutos.

A este genuino e incipiente interés por la naturaleza de los primeros años siguieron los estudios en la Universidad de Zaragoza y después en la Complutense de Madrid, donde profundizó en las claves moleculares de los procesos biológicos para tratar de iluminar las sombras de las enfermedades. Su conocimiento en la materia ha llevado a este catedrático en el área de bioquímica y biología molecular de la Universidad de Oviedo a escribir varios libros y a participar en el Tour del cáncer, de la AECC, con el que ha acercado esta enfermedad a los ciudadanos, en una experiencia que califica como "un regalo".

¿Qué significa este premio para usted?Un inesperado reconocimiento a nuestro trabajo de muchos años que recibo con profunda gratitud en nombre de los muchos que me acompañaron durante este largo tiempo a mi cita diaria con la ciencia y con la enseñanza.

Tras más de 40 años de trabajo, se ha convertido en una eminencia en el campo de la genómica, ¿cuándo decidió dedicarse a la biología? ¿Y a la investigación del cáncer?Nací en Sabiñánigo, un pequeño lugar del Pirineo aragonés. Allí, rodeado de una imponente y exuberante naturaleza, aprendí a asombrarme por la vida, ese maravilloso milagro cotidiano. Desde entonces, he estudiado para intentar comprender las claves moleculares de los procesos biológicos y tratar de iluminar las sombras de las enfermedades, incluido el cáncer. Durante mi formación en bioquímica y biología molecular no coincidí con la oncología, pero, cuando tuve la primera oportunidad de escoger mi propio camino en el inmenso jardín borgesiano de senderos científicos que se bifurcan, decidí que esa sería mi prioridad.

¿Qué lo llevó a tomar ese camino?En esta decisión tuvo un peso fundamental la percepción de que el cáncer se estaba convirtiendo en una enfermedad cuya capacidad de hacernos sentir vulnerables parecía aumentar día tras día. Esta intuición es ya una realidad que contemplamos con preocupación y hasta con miedo: uno de cada dos varones y una de cada tres mujeres desarrollarán en el futuro un tumor maligno.

La ciencia ha permitido que cada vez sean más los cánceres que se curan y se controlan. Sin embargo, usted afirma que no logrará erradicarse. ¿Por qué lo piensa?Creo que mientras haya vida habrá cáncer, un mal muy antiguo que forma parte de nuestro legado evolutivo y que surge de las imperfecciones biológicas que tuvimos que asumir para llegar hasta aquí desde que hace más de 3.500 millones de años surgió en el planeta una esperanza de vida. En un capítulo de mi libro Egoístas, inmortales y viajeras asumo la identidad de un dinosaurio que trata de buscar solución a un cáncer óseo que le está robando la vida. Los dinosaurios tuvieron tumores malignos, lo mismo que los tienen las plantas o cualquier organismo con un cierto grado de complejidad celular. 

Usted mismo ha dicho que hay tumores en los que las tasas de curación son todavía muy bajas, ¿cuál es la importancia de invertir en investigación? ¿Se dedican suficientes fondos?Al final de este año se habrán diagnosticado alrededor de 300.000 nuevos casos de tumores malignos en España, pero hay otros números más importantes, a los que suelo llamar los números de la esperanza: hoy, en global, es más probable curarse de cáncer que no hacerlo. En buena medida ha dejado de ser una enfermedad mortal. Esos números suben como una marea creciente, porque hay tumores que son técnicamente incurables, pero se pueden cronificar. Por supuesto, hay tipos en los que las tasas de curación son muy bajas y en ellos hay que centrar el esfuerzo principal, de ahí que se deba multiplicar la inversión en investigación y favorecer estrategias de traslación eficiente y equitativa.

En su Tour del cáncer, que finalizó este jueves, habla de dos importantes lecciones: conocer para curar y prevenir para vivir. ¿Por qué son clave?En la larga, intensa y emocionante gira de conferencias de la Asociación Española contra el Cáncer, junto con su presidente, Ramón Reyes, hemos tratado de explicar las claves del cáncer y de las nuevas terapias, pero una parte importante del mensaje es el que se resume en estos dos mantras de tres palabras: conocer para curar y prevenir para vivir. Si no progresamos en el conocimiento de una enfermedad tan compleja y no logramos corresponsabilizarnos de nuestra salud para intentar anticiparnos a este gran mal, no podremos progresar en la curación de aquellos tumores que se muestran todavía refractarios al avance de la ciencia y de la medicina.

En la cultura de la prevención juega un papel fundamental la educación, ¿no?Creo que nada ni nadie salvarán más vidas que la prevención. Ni las mentes más privilegiadas ni los tratamientos más sofisticados ni los avances científicos más sorprendentes llegarán tan lejos como la posibilidad de anticiparse al desarrollo de los tumores. Las medidas preventivas son muy claras, nutrición natural y adecuada, ejercicio moderado, evitar el estrés y la toxicidad ambiental y humana, mantener los ritmos biológicos en orden… pero nos empeñamos en no prestarles demasiada atención.

En esas conferencias del tour se refiere a dos grandes vías para avanzar en la búsqueda de tratamientos: por un lado, la investigación para descifrar el genoma y, por otro, la inmunoterapia. El cáncer surge de la acumulación de mutaciones en nuestro material genético, que está construido en cada célula por más de tres mil millones de piezas químicas llamadas nucleótidos. De ahí la importancia de descifrar los genomas del cáncer, tarea a la que en nuestro laboratorio hemos dedicado un esfuerzo mayúsculo durante los últimos años. En este gran trabajo colectivo, hemos aprendido que cada tumor es único en sus características moleculares: no hay dos iguales. Hoy podemos estudiar con gran detalle su paisaje mutacional y determinar las alteraciones más importantes en cada tumor de cada paciente y avanzar con confianza hacia una oncología personalizada y de mayor precisión y eficacia.

¿Y la inmunoterapia antitumoral?Representa también una gran esperanza en cuanto a nuevos tratamientos. Tiene una base muy lógica: las mutaciones presentes en las células transformadas de un paciente oncológico las convierten en entidades distintas a las células normales del mismo paciente. Por ello, el sistema inmune las reconoce como extrañas al cuerpo y pretende eliminarlas. Esta estrategia se basa en reforzar esta respuesta y favorecer la destrucción en el organismo de las células malignas. Hay tumores, como los melanomas o diversos cánceres hematológicos, en los que ha proporcionado éxitos extraordinarios. En muchos otros casos, todavía hay que progresar.

Unas de las grandes desconocidas en el cáncer son las metástasis. ¿Qué sabemos y qué ignoramos de ellas?Todavía representan el lado más oscuro de los tumores malignos. Durante muchos años hemos pensado que las metástasis son la etapa temporal final en la evolución tumoral, pero ahora sabemos que hay algunos tumores que nacen con mal pie y portan alteraciones tempranas que facilitarán su posterior potencial metastásico. También es posible que haya algún tipo de predisposición genética prometastásica. Estos hallazgos ya están ayudando a desarrollar métodos de anticiparlas, pero la terra incognita que se extiende ante nosotros todavía es enorme.

En 2018, tuvo que sacrificar 6.000 ratones que representaban muchos años de investigación. ¿Qué supuso para usted este episodio? Siempre digo que la vida es como la pintura ondulante de Van Gogh, algunas veces nos regala momentos extraordinarios y en otras ocasiones resulta insoportable. En la ciencia, como en la vida, a menudo surge el desánimo y en el caso concreto que comentas conocí los límites de la perversión humana, que nunca pude imaginar que existieran en ciertos ámbitos, pero a los que finalmente pude poner nombre y apellidos.

¿Cómo logró superar este episodio?Si tienes claro el propósito final de tu trabajo, es más fácil superar las dificultades. En mi caso, este propósito, que se define muy bien con la bella palabra japonesa ikigai, siempre se centró en investigar sobre la vida y las enfermedades y en tratar de enseñar a mis estudiantes todo lo que he aprendidoo. Este afán no ha cambiado. Todo lo demás, incluso lo peor y más perverso que me he encontrado en el camino, forma parte de ese aprendizaje vital que nunca termina.

En vista de este acontecimiento, ¿qué lugar cree que debe ocupar la salud mental?
Hasta hace cinco años pensaba que mi mente era invulnerable, un gran error por mi parte. Tras sufrir una infección por 'virus sapiens', el peor virus que conozco, pasé a formar parte de esa legión creciente de seres humanos, más de mil millones, incluidos muchos jóvenes y adolescentes, que habitan el colosal edificio de la inestabilidad emocional en sus múltiples modalidades. Estos números lo dicen todo y representan una urgente llamada de atención frente a la ignorancia y a la indiferencia que hay tras ellos. No banalicemos este gravísimo problema al que la sociedad actual debería enfrentarse con rigor y compromiso absolutos.

Hace apenas unas semanas se publicaron los resultados de un estudio dirigido por usted, en el que descifraba el genoma de la medusa inmortal. ¿Por qué son importantes?Es impactante la repercusión que ha tenido este trabajo, pero no persigue la búsqueda de estrategias para lograr los sueños de inmortalidad humana que algunos desean, sino entender las claves de la fascinante plasticidad celular que permite que algunos organismos puedan viajar atrás en el tiempo. De este conocimiento esperamos encontrar mejores respuestas frente a las numerosas enfermedades asociadas al envejecimiento que hoy nos abruman, incluyendo el cáncer. Por resumirlo de manera provocativa, mientras algunos pretenden abrazar la inmortalidad, nosotros la estudiamos para aprender a evitarla.

¿Está pendiente de la publicación de nuevos resultados de otras investigaciones? ¿Nos puede adelantar algo?Afortunadamente casi siempre hay algo pendiente de publicar. En un artículo de 2013 en la revista Cell, que es el más citado en la investigación sobre el envejecimiento, definimos nueve alteraciones moleculares y celulares que subyacen al mismo. Cuando van a cumplirse diez años de la publicación, la revista nos ha invitado a reflexionar sobre los avances en este campo y ha surgido la incorporación de tres nuevas claves. Además, junto con mi gran amigo y colega Guido Kroemer, hemos introducido el concepto de metaclaves del cáncer y del envejecimiento, para tratar de mirar más lejos en los aspectos comunes a dos procesos aparentemente opuestos, pero cuyos orígenes moleculares son muy semejantes.

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